Cuentan algunos, que mediaba el siglo XVIII y una compañía teatral independiente, se esforzaba en sostener algunas obras breves en un pequeño teatro del centro de Lorient. Esta ciudad Francesa, nostálgica y gris, parecía en aquellos años, albergar siempre un invierno, engendrar siempre las lluvias y no cerrar los ojos antes los bravos vientos que le escupía el Atlántico.
En esas calles, ruidosas de mar y frías como sí solas, las noches encontraban color sólo en los trajes, música y palabras de los personajes del teatro local.
Entre los actores y actrices, una mujer pálida, con la elegancia que da la tristeza, deambulaba por el escenario, con una gracia encantadora, justa y precisa para los pequeños papeles, que sus jóvenes 20 años le permitían tomar. Cuentan también que entre acto y acto, la serena niña mujer, corría sus minutos tejiendo con poco entusiasmo, una larga bufanda del color de sus ojos. Cada noche, entre cada acto, la mujer se metía en sí misma y con curiosa destreza, fabricaba y daba forma a aquella sutil prenda. Cuentan que una noche sin función, la solitaria dama del teatro de Lorient, puso fin a su nostalgia, con la bufanda alrededor de su cuello blanco y sus pies apenas despegados del escenario. Se preguntan hasta hoy en la ciudad, si fue ella la que tejió día a día su final, o si por el contrario, aquella faena simple y compleja fue su única razón de vivir en su años últimos.